Acompañado por la escenógrafa Margherita Palli y el tejido sonoro de Max Casacci, el director ganador del Oscar, Paolo Sorrentino, rindió homenaje a un sentimiento universal: la espera. No como un simple intervalo, sino como el momento más sincero de la vida. La marcaba el latido de un corazón: oculto, misterioso.


El poder de la espera: una emoción suspendida
La dolce attesa, el proyecto-instalación que Sorrentino presentó en el Salone del Mobile Milano 2025, en los pabellones 22-24, fue una experiencia que transformó el espacio en un contracampo de emociones suspendidas, en un limbo de sugerencias visuales y sonoras, jugando con el límite entre dos verbos: Esperar y aguardar, donde aguardar representaba la impaciencia, y la espera, en cambio, era una dimensión. Un lugar donde algo podía suceder.
Tal vez por eso, el director la llamó “dulce”. Porque la espera no era pasiva. Era lenta, sí, pero fértil. Una incubadora. Requería tiempo de transformar el caos —tanto el exterior como el interior que habitaba en nosotros cuando esperábamos en una clínica— en algo reconocible.
“Con La dolce attesa hablamos de la espera de un diagnóstico médico. Ese tipo de espera se convertía en una suspensión. Quedábamos colgados. Quietos, tensos, nerviosos. Y angustiados. La sala de espera, tal como había sido concebida hasta ahora, solo amplificaba esa angustia. Entre paredes blancas, sillas incómodas, pantallas que proyectaban números, empleados malhumorados, uno terminaba obsesionado con el celular”. Mencionó Sorrentino.

El poder de la espera: una emoción suspendida
Paolo Sorrentino eligió a Margherita Palli —escenógrafa con cuarenta años de trayectoria – para llenar esa obscuridad que deja la espera, como ese instante antes del amanecer y redescubrir el sentido significativo de esta misma.
Los vestuarios también fueron obra de Margherita, confeccionados por la sastrería del Piccolo Teatro de Milán. En la instalación también participaron alumnas y alumnos del curso “Luca Ronconi”.

La importancia del sonido para contar la historia
Sorrentino le confió a Max Casacci la creación de un paisaje sonoro que marcara el paso del tiempo. Un latido sumergido, palpitante, que acompañó la experiencia inmersiva de la instalación sin imponerse, pero penetrando en la respiración de quien la vivía.
El sonido que creó para La dolce attesa, fue una presencia que vibraba, se expandía y se contraía, tal como lo hace el tiempo al esperar. Casacci construyó un paisaje acústico que envolvía al visitante, evocando la tensión y la magia de la espera: “Una música sin instrumentos musicales que, utilizando únicamente sonidos y cantos del mar, ruidos del bosque, suspiros del viento y transparencias de cristal, se sumerge en el latido de una espera”, mencionó el músico.
Un viaje emocional hacia lo invisible
Sin duda, esta experiencia fue una combinación entre emociones, reflexiones y concientización que llevó a los asistentes a otro sentir de la vida. La espera no es silenciosa; es un ritmo interior que late bajo la superficie. Y en este viaje hipnótico y abrumador, el sonido de Casacci se convirtió en el latido oculto de ese tiempo que avanza, enseñándonos a escuchar la espera con un corazón y oídos renovados.
