
LA CALLE COMO NUEVO TERRITORIO DEL ARTE
Texto: Aldo Chaparro Winder
Estamos pasando por momentos oscuros para la cultura en México, no sólo por la pandemia, sino por las decisiones de nuestro actual gobierno de quitarle el presupuesto a cosas que jamás nos imaginamos que iban a ser abandonadas de esta forma, como el fideicomiso para el patrimonio arqueológico de México, entre varios.

Aunque reclamemos, la herida está hecha y esto es un asunto que ataca nuestra propia identidad en lo más profundo de la conexión con la cultura mexicana. En estas semanas hemos visto y apoyado algunos esfuerzos como el de Mario García Torres, de abrir los museos para que la gente pueda entrar -uno por uno- a disfrutar de una experiencia que sería única. De la misma forma, gente en todo el mundo está diseñando diferentes estrategias para solucionar los distintos conflictos en el sistema, a través del cual podemos ver el arte en persona, problemas que no sólo la pandemia ha denotado. Mucho en el mundo del arte debe cambiar y lo sabemos desde hace tiempo, pero uno de los aspectos que para mí es más importante es el hecho de que los museos no son para todos, a pesar de sus slogans tan incluyentes. En países como el nuestro sólo una élite tiene acceso a la cultura y el arte; si bien es cierto que las instituciones se esfuerzan por tener exposiciones millonarias; blockbusters que han comprobado captar la atención de mucha gente alrededor del mundo, o diseñando planes para convocar a diferentes grupos, géneros, edades etc., los esfuerzos aún no son suficientes, la gente de la calle, la mayoría de los habitantes de nuestras ciudades no se sienten invitados a visitar los museos porque no tienen el dinero para pagar la entrada, porque no se siente cómodos dentro e incluso se sienten rechazados y fuera de lugar. La verdadera opción no es tratar de convencernos de que la cultura nos va a hacer bien y, por lo tanto, debemos ir a los museos, asunto que definitivamente no vamos a poder hacer en mucho tiempo porque, además de lo mencionado, correríamos riesgos para con nuestra salud.
Entonces, ¿cuál es la opción? Yo pienso que uno de nuestros derechos más importantes como seres humanos es el acceso libre a la cultura y el arte; el arte es una actividad primordial y la cuarentena lo dejó muy claro; lo único que hemos hecho en estos meses de encierro es consumir cultura de diferentes tipos. Acceder a la cultura no debería implicar mayor esfuerzo (o riesgo) de nuestra parte, esa es la obligación de las instituciones que manejan y promueven el arte en el país. Para eso pagamos nuestros impuestos, ¿verdad? El arte debe salir a la calle, los museos deben ingeniárselas para que todo el mundo pueda ver el arte en la calle, las ciudades deben asumir el rol de ofrecer arte al paseante, incluso a quien no lo pidió; es nuestra obligación sensibilizar a la gente. A estas alturas sabemos y conocemos los beneficios tan grandes de esto que no es necesario ni explicarlo. Pues, entonces, llenemos las ciudades de arte, saquemos todas las piezas que resistan la intemperie; invirtamos en sistemas de protección para ellas; seleccionemos un comité que se dedique a llevar a cabo todo esto; en pocas palabras: democraticemos y demos acceso fácil y gratuito al arte. Si invertimos en parques y jardines, en gimnasios públicos, ¿por qué el arte que se compra y se adquiere con nuestros recursos, impuestos, pago de boletos, donaciones, etc. está en las bodegas de los museos llenándose de polvo? Usemos los espectaculares, las plazas, los parques, las paredes, los malls, los estacionamientos; usemos nuestra imaginación para que toda esa gente que siente que el arte es una cosa de sólo unos pocos pueda convivir con él y, de esa forma, el arte pueda ser parte de su día a día. Desde hace tres años, conscientes de este problema, diseñamos una estrategia en mis estudios de Ciudad de México, Lima, Madrid y Los Ángeles, en donde una ventana a la calle se convierte en un aparador; un espacio que sirve para mostrar arte a la gente que pasa por ahí; muchos no lo ven, pero muchísimos sí; algunos no lo entienden y sólo lo disfrutan; otros lo ven con cara de curiosidad y mucha gente nos escribe proponiendo proyectos o simplemente agradeciendo. Cada proyecto tiene su propio curador y, dependiendo de su contexto, cada uno desarrolla un programa anual.

Si nosotros hemos tenido tantos éxitos y hemos podido compartir tanto arte con tanta gente abriendo sólo una ventana hacia la calle, imagínense lo que podrían hacer todos los museos de la ciudad si se deciden a salir a buscar a su público en lugar de tratar de convencerlos a que entre a sus museos. La cultura no se puede desmantelar ni ahorcar. Durante la Segunda Guerra Mundial le preguntaron a Winston Churchill si debían recortar el presupuesto de la cultura de Inglaterra para juntar más recursos para la guerra y él contestó: “¿Y entonces, para qué estamos peleando?”.
